En el torbellino de sensaciones de las procesiones cartageneras, la fotografía de Juan Manuel Díaz Burgos (Cartagena, 1951)  se decanta en instantes de luz reposada.


El fotógrafo sustancia en retratos intimistas toda la pasión y la tradición que convergen en la Semana Santa. El uso preciosista de la luz –cacterístico de toda su producción- consigue insuflarle un hálito de vida a viejos rincones olvidados que adquieren un protagonismo normalmente arrebatado por las multitudes apresuradas, los tronos refulgentes, la riqueza de vestuarios y ornamentos, los sones solemnemente cadenciosos…


En su silencio ganan elocuencia estos retratos con telúrica arquitectura de fondo. Es la luz el principal habitante de unos retratos siempre colectivos, aun en el caso de los que nos muestran a un solo personaje. Y no puede ser casualidad la elección de protagonistas infantiles. No hay mejor manera de reflejar la ilusión que ponen los cartageneros en una pasión que les envuelve en la luz de su tradición y con la carga de su historia, tantas veces resurgida de las ruinas. Se diría que aparecen abrumados, algunos, perdidos un tanto en su pequeñez ante la grandeza que se intuye necesitada de nueva energía. Hay algún eco también de aquellas piadosas representaciones de la imaginería barroca que mostraban a la devoción al Niño Jesús Nazareno, jugando casi con los que habrían de ser instrumentos de martirio. O aquellos otros figurantes infantiles que se intercalaban entre los tercios de penitentes vestidos como santos. Es la enculturación, el paso del testigo a una nueva generación que se dejará llevar por esa atmósfera cargada de historia que se sustancia en luz reposada.

Texto: Juan Francisco López Martínez

Fotografía: Juan Manuel Castro Prieto


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